martes, 1 de octubre de 2013

Las Inmobiliarias y el famosísimo “me hicieron firmar”

 Todos hemos escuchado -o dicho- alguna vez ésta frase.O su prima hermana:“le hicieron firmar”.No deja de sorprender la gran cantidad de personas que utilizan algunas de estas expresiones para explicar o justificar determinada conducta o reclamo, o incluso para culpar a otra persona.
“Mi ex me hizo firmar un poder”
“Mi sobrino le hizo firmar “algo” a mi abuelo”
“Mi cuñado le hizo firmar “un papel” a mi hermana”
“El escribano me hizo firmar en algún lugar de la escritura”
“El abogado me hizo firmar no se qué escrito”

Variantes de estas frases sirven para explicar casi todos los conflictos, especialmente los familiares.
Al punto que admite casi todas las conjugaciones (“Me”, “te”, “le”, “nos” o “les” hicieron firmar).
Por supuesto, nunca escuché a nadie decir “le/les hice firmar”.
Lo cierto en todo este tema es que, más allá de que pueda resultar más o menos gracioso, resulta revelador de la gran tendencia a no responsabilizarse de los actos propios.
Por eso creo interesante destacar que estas expresiones, jurídicamente hablando, nunca se pueden aceptar como argumento.
Para la ley -y para el sentido común, agrego- los actos jurídicos se presumen libremente firmados por las personas.
Consecuencia lógica de ello es que conserven todo su valor jurídico, incluyendo las acciones judiciales que pudieran surgir de sus textos.
Nuestra ley nos dice que todos los hechos humanos son voluntarios cuando son hechos con “discernimiento, intención y libertad”.
Dicho al revés, sólo podrá decirse que un hecho no fue voluntario, y en consecuencia no generarán ninguna obligación, si se demuestra que no hubo  “discernimiento, intención y libertad”.
Ya puedo imaginar algún lector envalentonándose y pensando “la tía no tenía discernimiento cuando firmó el testamento” o “yo no tenía intención cuando firmé el poder” o “mi padre no tenía libertad cuando firmó la escritura”, etc.
Lamento ser aguafiestas, pero aquí es necesario aclarar algunos puntos.
En primer lugar, como la ley presume que los actos son válidos, el interesado en demostrar lo contrario es el obligado a probar su posición y no al revés.
Esto significa que si alguien quiere probar que “el tío no sabía que firmaba un poder”, le corresponde a ese alguien probar el supuesto desconocimiento del tío.
Esta aclaración puede resultarle obvia a algunos, pero se sorprenderían de la cantidad de gente que, después de que uno le explica que los actos se presumen válidos, reacciona con un “y bueno…que lo pruebe…que demuestre que el tío sabía que es un poder!”.
Por otro lado, hay una cuestión muy interesante para comentar en este tema.
Lejos de lo que se pudiera suponer, muchas veces la convicción de que a una persona“le hicieron firmar” no se basa tanto en cuestiones de salud, sino en contextos familiares.
Es así como uno tiende a pensar que si “el tío no sabía que firmaba un poder” es porque estaba senil (o, para ser más técnicos, “gaga”); sin embargo, la mayoría de las veces la argumentación no viene por el lado de la salud, sino por el lado del también famosísimo “le lavaron el cerebro”.
No por repetida deja de ser una expresión asombrosamente equivocada.
La mayoría de las veces se cataloga de “lavado de cerebro” una situación que simplemente no nos gusta o nos resulta desfavorable.
Eso explica que cuando alguien dice “papá le dejó el negocio a mi cuñado porque le lavó el cerebro” quizás lo real sea que “papá consideró a mi cuñado más idóneo” o incluso, y más doloroso aún, “papá consideró a mi cuñado más confiable”.
Me permito ir más allá: aún en el caso en que una persona haya firmado determinado documento porque efectivamente “le lavaron el cerebro”, debemos respetarlo.
Podemos enojarnos y putear a los cuatro vientos pero debemos comprender que jurídicamente no sólo no podemos hacer nada, sino que es correcto que así sea.
¿Pueden imaginar un sistema jurídico en el que una persona pueda reclamar derechos o exigir obligaciones argumentando que alguien “le lavó el cerebro” a otro alguien?
Claramente sería algo cercano al Far West.
Más allá de las razones psicológicas que pueda tener una persona, y que pueden ser totalmente atendibles, hay que actuar con lógica jurídica y comprender que la ley y la Justicia actúan en base a pautas objetivas y externas, a diferencia de los aspectos subjetivos e internos, en los que reinan otras disciplinas pero no el Derecho.
Sin ánimo de exculpar demagógicamente a las personas que se niegan a asumir sus responsabilidades y la realidad de los hechos, no quiero dejar de mencionar mi impresión de que gran parte de los conflictos se generan por la legislación excesivamente intervencionista que tenemos.
Leyes que nos dicen que hacer con nuestro patrimonio y con nuestra familia terminan generando confusiones y tensiones que inevitablemente redundan en reclamos de todo tipo, que en sociedades más libres y respetuosas del individuo no existen.
Si algún mensaje me gustaría transmitir a partir de este artículo, sería la importancia de aceptar los hechos y la realidad tal como son y de asumir nuestras responsabilidades individuales (soportando las consecuencias de lo que firmamos y lo que otros firmaron)y tomar conciencia de los perniciosos efectos de las desmedidas interferencias de nuestra ley.
Y si con todo lo dicho aquí logré hacer reflexionar algo a alguien, estaré más que satisfecho.
Dr. Ramiro René Rech

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